"Porque es nuestro existir, porque es nuestro vivir, porque él camina, porque él se mueve, porque él se alegra, porque él ríe, porque él vive: el Alimento"



Códice Florentino, lib,VI, cap.XVII

jueves, mayo 29, 2014

La hora del bicho

 

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Estas lluvias adelantadas de mayo hay traído visitantes inesperados. Al oscurecer, comienza la hora del bicho: polillas, comejenes o como se llamen esos insectos alados, traspasan los mosquiteros de mis ventanas y comienzan a revolotear alrededor del foco. Tiran sus alas y caen al piso. En este caso, caen sobre la mesa, porque justo en medio de la habitación está la mesa de trabajo que uso para cocinar. Al caer, desprenden sus alas y su apariencia se vuelve más repulsiva; parecen hormigas flacas y albinas. Se mueven con desesperación sin causa aparente. Tal vez se sienten más ligeras y con esos movimientos sin ton ni son, están representando una danza feliz que atestigua la brevedad de su vida. Vaya a usted a saber. Lo que sí, es que se vuelven más peligrosas sin alas, porque lo que buscan es “carnita con corazón de madera

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Por fortuna, en este “paraíso tropical” es común hacerse de un artefacto para contrarrestar el ataque de los bichos invasores. Un raquetazo de éstos y ¡chaas!, se electrocuta; su chasquido es como una palomita de maíz que revienta. Y la luz blanca del foco, ah, esa luz se convierte en un imán atractivo para revolotear aturdidos y caer justo donde me molestan. Caen y caen los bichos, truenan y truenan. Caray, déjenme trabajar. Tengo que apagar las luces, ¿quién me manda a cocinar de noche?

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Cerré la ventana y siguen entrando (incluso ahora que estoy escribiendo este post). El mes pasado era el mes del los mayates, unos escarabajos torpes. A esos no les hacía nada, simplemente los sacaba de la casa y los aventaba al jardín. 

Ni hablar, los bichos me siguen. En la colonia que vivía en el D.F., también llegaban comejenes. Seguramente por vivir en una casa vieja y con vigas de madera tenía el atractivo necesario para que arribaran en el verano, siendo que en otras colonias eran plagas desconocidas.

Lejos de esos insectos tuve que llevar mis tazones para preparar un pan de avena y plátano. Es un pan sin harina, bastante atractivo para los celiacos. La receta la descubrí en el mejor blog de cocina de Costa Rica de mi amigo Luis. Yo le hice unas pequeñas modificaciones a su receta, pero básicamente a él le debo la idea.

Me gusta este pan porque se aprovecha los plátanos que se ponen negros y todo el mundo desprecia; es una opción más a un pastel de plátano.

Pastel de avena y plátano, sin harina (ni azúcar)

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Todos somos macacos

¿Qué necesito?

3 o 4 plátanos muy maduros, casi echados a perder (2 tazas)

1/2 taza de cranberries deshidratados (arándanos)

3 cucharadas de semilla de chía –opcional—(la receta original no lo lleva, pero esto hace que quede menos húmedo)

1/2 taza de almíbar de maracuyá  --opcional-- (Tres maracuyas se les sacan la pulpa, se ponen a cocinar por 15 minutos y después se retiran del fuego y se licúan. Una vez licuado se cuelan y se vuelven a hervir unos 6 minutos endulzando al gusto. Yo le pongo muy poquita azúcar)

2 huevos

1/4 taza de aceite

1 1/2 taza de avena en hojuelas

1 cucharadita de royal

¿Cómo lo hago?

Licuar plátanos, huevos y aceite. Pasar a un tazón y poner avena, chía, almíbar de maracuyá, royal y cranberries.

Poner en un molde engrasado y enharinado, se cubre con avena molida (yo no la molí).

Se pone al horno a 180° por espacio de 20 minutos o hasta que el centro esté firme y el cuchillo o palillo que se introduzca salgan seco. Es un pastel bastante húmedo, por lo cuál habrá que tener cuidado de no hornearlo en exceso.

 

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Este que último que hice no le puse maracuyá, incluí un poco de xoconostle en almibar, me gusta el toque ácido con el plátano.

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